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Excusas

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Las montañas blancas se perfilaban delante de ellos, a kilómetros de distancia. Las tocaban con los ojos, resignándose a la idea de que desde allí sus manos no se posarían sobre esas puntas frías. Era de noche, una de las más frías de ese invierno. El exceso de ropa parecía ir de sobra, pues el calor de sus cuerpos se escapaba por sus poros a pesar de todo. El viento se levanta haciendo ondear las bufandas y los mechones de pelo que se colaban por debajo de la capucha. Las luces de la ciudad de Santiago están más vivas que nunca y, a pesar de la oscuridad reinante, los pequeños destellos, como luces de un árbol de navidad, seguían allí dando señales de energía entre los suyos. La vida nocturna era un amor que tanto Argentina como Chile compartían.

—Ya no es excusa.

—¿Qué cosa?

—Eso—Martín señala con su dedo índice, como un niño entusiasta, el cordón montañoso que los separa a ambos. Vuelve a guardar su mano en los bolsillos de su parca, buscando un poco de calor—.Y, a decir verdad, nunca lo fue.

Manuel lo mira curioso, sin entender.

—Claro que sí— Sonríe, pero las comisuras de sus labios apenas se levantan. La sonrisa no es una representación realista de felicidad—. Cuando las personas están espalda con espalda, no se pueden mirar a los ojos.

Argentina se permite sonreír, contrastando a simple vista una sonrisa de la otra. Quiere burlarse de eso, pero al mismo tiempo sabe que Chile tiene razón.

—Miramos hacia horizontes distintos, Martín. Hacia otros mares.

Una nueva brisa y los cuerpos se vuelven a estremecer. El frío es asesino y le cala los huesos. Chile se apega a Argentina enterrando el rostro en su pecho. El brazo de Martín no tarda en recibirlo gustoso mientras se enreda a su alrededor. Se quedan así, representando un paisaje inexistente, mientras las manos de Argentina acarician los costados del chileno. Sus labios lo buscan, encontrando a los ajenos. Se unen en un movimiento lento, mientras los ojos se van cerrando. Se acomodan de tal manera que ambos quedan cara a cara, labios contra labios, acariciando al aire y al tiempo, rememorando viejas historias y memorias añejas. Martín posa sus manos en la cintura de Manuel, ladeando un poco la cabeza hacia la izquierda y rozando sus narices. Los brazos del castaño se enroscan en su cuello y el beso se profundiza. Respiran como pueden, soltando suspiros que huelen a escepticismo y resignación.

Manuel se separa de Martín, diciendo que no pueden hacer eso. ¿Qué sería de esa Cordillera si ellos giraran? Ambos soportes se destruyen, arrastrando el uno al otro hacia lo cual intentan alejar. Las columnas se trisarían si los ojos deciden enfrentarse. No. No pueden.

Los ojos cafés se clavan en la tierra. Los verdes de Martín, miran hacia el frente, hacia arriba, y finalmente hacia sus pies.

—Y aún así, vernos es tan fácil como respirar…—suspira el argentino, sonriendo entre sus palabras. La sonrisa es burlesca, sátira, se ríe de los dichos de Manuel porque son esos, y no los suyos, los que rozan y se pegan a la verdad.

—A veces respirar duele.

Otra ráfaga de viento. Sus bufandas se vuelven a levantar, los mechones expuestos se agitan otra vez. Y sólo quedan sus brazos colgando inertes a ambos lados de sus costados y una melodía de unas guitarras viejas y melancólicas.

—Pero es siempre necesario, ¿no? —Hizo un énfasis en la tercera palabra, recalcándola con exagerada modulación—ni aunque duela.

Manuel lo miró a los ojos. Levantó la cabeza lo suficiente para que ambos pares se enfrentaran en una perfecta línea recta y diagonal. No quisieron sonreírse porque no tenía caso cubrir sentimientos encontrados. Las sonrisas son crueles cuando las situaciones no son más que tristeza profunda y oculta. Son inservibles, intentando enterrar lo que ya está enterrado, con esfuerzo, en las memorias colectivas de ambos.

—Y vos sos como mi aire, Manu—le dice, totalmente serio, con una chispa en los ojos verdes. A pesar de su seriedad, Chile percibe calidez, una familiaridad demasiado cercana… y se siente bien. No rara ni odiosa, sino… bien.

Le toma la mano, y por puro acto-reflejo Manuel se sonroja. Frunce el ceño, arruga la nariz, y Martín mira divertido cómo éstas se juntan dándole ese toque tan especial, esa apariencia amargada y dulce que sólo él posee.

—Ni aunque me hagás daño con tus palabras y tus dichos ciertos, yo seguiré estando cerca, detrás de vos, dándote la espalda—Y sonríe. Los huesos se le estremecen. Martín estaría allí, siempre, sin mirarlo. Sin mirarse, tocándose y compartiendo una misma columna.

Se sientan en el suelo, espalda con espalda, con los dedos entrelazados, confundiendo las articulaciones propias con las ajenas. Ambas manos son demasiado similares, tan cálidas que es imposible no percibir ese preciado calor, a pesar de los guantes que cubren las pieles blancuzcas de ambos.

Chocan sus nucas, entremezclando el dorado con el marrón. Por simple fuerza física la cabeza de Martín termina en el hombro izquierdo de Manuel, mientras la del chileno se posa con soberbia en el propio del argentino. Y se quedan así, dibujando la realidad odiada, el mapa del Cono Sur, con los ojos puestos en océanos distintos, con una columna en común.

Y como pueden, se miran. Como les salga, se sonríen. Los labios vuelven a unirse sin despegarse, atrapando la boca ajena con la propia, encerrando los labios entre los otros, rozando los hielos y las alturas, la falta de aire y el dolor por respirar.

—Yo también, Martín—le suspira entre besos cortos y sentidos—. Para siempre; dándonos la espalda…

Se siguen besando. A ratos con besos cortos, o eternamente con un beso profundo sin poder respirar. Qué importa.

El dolor no es excusa, tampoco lo es la cordillera, pero cómo corromper aquel milagro de la naturaleza por el mero capricho de querer girar hacia el océano que está a sus espaldas.

¿Capricho?

Ellos estarían unidos por siempre. Sin mirarse, pero estarían. Se tienen, pueden tocarse; no es una fantasía. Basta con echar los brazos hacia atrás, entrelazar los dedos, buscarse con las manos. No es necesario separar las pieles desnudas de sus espaldas para saberse acompañados.

Porque, así como respirar, las miradas duelen, a veces. O a ratos. Qué importa. Total, no hay excusas.

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I·I·FIN·I·I
Hace unos días me puse a ver mapas en internet y se me vino a la cabeza escribir ésto xD es un fic que tenía hace muuuuuuucho tiempo ideado y escrito [sólo su comienzo], e incluso iba a ser un drabble en su tiempo, pero al final la idea me dio para más gracias a la inspiración que encontré sin querer :3

En fin, espero que les guste. ¡Gracias por leer ♥!

Hetalia © Hidekaz Himaruya.

Latin Hetalia:
Chile (Manuel González) © ~Rowein
Argentina (Martín Hernández © ~Rowein
© 2012 - 2024 SteelMermaid
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Shou-tan's avatar
Ohhh *exhala* por dios, las imágenes mentales que me diste no te das una idea querida amiga.
Increíble representación de la realidad, del mapa del Cono Sur jakshlakjhslakjs, increíble.